Publicado por Edgar Heredia.-
El derribo del avión comercial de pasajeros de
Malasia constituyó una tragedia humana desgarradora, que estremeció la opinión
pública mundial, y que obligará a la realización de investigaciones exhaustivas
que permitan establecer responsabilidades.
Pero el hecho del derribo del avión lo que pone de
manifiesto es la nueva etapa en la que ha entrado a funcionar la política
internacional, la cual se creía, por numerosos expertos, exenta de conflictos
al término de la Guerra Fría.
Sin embargo, algunos analistas se confundieron, y
creyeron que la tesis del fin de la historia significaba la desaparición de los
conflictos de la escena internacional; y si bien es cierto que desde el fin de
la Guerra Fría se ha estado trabajando en la construcción de un nuevo orden
mundial liberal, con una agenda más orientada hacia los temas del desarrollo
sostenible, el cambio climático, la no proliferación de armas nucleares, la
promoción de la democracia y el respeto de los derechos humanos, no es menos
cierto que los conflictos militares por disputas territoriales, control de
fronteras, controversias religiosas y divergencias étnicas, no han
desaparecido.
La vuelta a la geopolitica
Más aún, a esos viejos conflictos se le añadirían
inmediatamente después de terminada la Guerra Fría, las acciones bélicas
desatas en la región de los Balcanes entre Croacia, Serbia, Bosnia, Kosovo y
Herzegovina, como consecuencia de la desaparición de Yugoslavia.
Así fue como los tres Estados del Báltico, Lituania,
Letonia y Estonia, pasaron a integrarse a la Unión Europea y a su estructura
estratégica militar. Eso dejaba ahora a Rusia vulnerable, desde la perspectiva
de sus intereses nacionales de defensa, con respecto a los Estados que sirven
de línea limítrofe con respecto a Occidente: Georgia, Bielorrusia, Ucrania,
Moldavia y Azerbaiyán.
Georgia empezó a dar demostraciones de inclinarse en
favor de una relación con la Unión Europea en detrimento de Rusia, lo que
ocasionó el conflicto bélico del 2008, en el que surgieron los territorios
separatistas de Abjasia y Osetia de Sur.
Con Cuba, el gobierno de Putin firmó una serie de
acuerdos comerciales, entre los cuales se incluye uno con las empresas
petroleras estatales rusas para la exploración de un área donde la isla
caribeña calcula que tiene 20 mil millones de barriles de petróleo.
Más aún, Rusia condonó un 90 por ciento de la deuda
contraída por Cuba, lo que equivale a casi 32 mil millones de dólares, la mayor
parte procedente de créditos soviéticos a su aliado durante la época de la
Guerra Fría; y se determinó que el restante 10 por ciento, que alcanza unos 3
mil 500 millones de dólares, podrán ser pagados mediante proyectos de
inversiones conjuntas en la isla.
No ha resultado así, aunque Francis Fukuyama llegase
a proclamar que con el desmoronamiento de la Unión Soviética y la
desintegración del modelo socialista marxista en los países de Europa del Este,
la historia había llegado a su fin.
Lo que Fukuyama tal vez intentó sugerir, extrapolando
los argumentos del gran filosofo alemán, Wilhelm Friedrich Hegel, en relación
al triunfo de Napoleón Bonaparte frente a las tropas prusianas en la Batalla de
Jena, en 1806, es que así como en esa ocasión se había producido una victoria
de los ideales de la Revolución francesa sobre el viejo orden
prerrevolucionario, con la extinción del comunismo se había proclamado el
triunfo ideológico del capitalismo.
De hecho, a pesar del fin del mundo bipolar, de las
rivalidades entre las dos grandes superpotencias, los Estados Unidos y la Unión
Soviética, los viejos conflictos, por ejemplo, entre Israel y Palestina; Taiwán
y China; las dos Coreas; y Turquía, Armenia y Kurdistán, nunca han cesado.
Lo que ha surgido ahora entre la Federación Rusa y
Ucrania es el resultado de la búsqueda de un nuevo posicionamiento de carácter
geopolítico, en el que al mismo tiempo que Rusia procura defender sus
fronteras, intenta crear las bases para su consolidación como potencia
emergente en el ámbito internacional.
Esa búsqueda por parte de Rusia hay que
interpretarla en el contexto de que al producirse la caída de los antiguos
Estados socialistas de Europa del Este, éstos, en el tiempo, no sólo pasaron a
formar parte del mundo occidental al integrarse en la Unión Europea, sino que,
además, desde el punto de vista estratégico militar, de su antigua condición de
miembros del Pacto de Varsovia, pasaron a formar parte de la estructura de sus
antiguos rivales: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Eso constituyó un punto de debilitamiento para
Rusia, pues sus fronteras con respecto a Europa quedaron tan disminuidas, que
pasaron a estar limitadas por lo que se constituyó como la Comunidad de Estados
Independientes, que en principio estaba integrada por 15 países, que habían
sido parte de la Unión Soviética.
A eso fue a lo que quiso referirse Vladimir Putin,
al indicar en alguna ocasión que la desaparición de la Unión Soviética se había
constituido en la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.
Pero a eso se le añadiría el hecho de que al tiempo
de instalarse misiles en Polonia, que era parte de las antiguas naciones
socialistas de Europa del Este, se desató un cierto activismo por parte de la
Unión Europea y los Estados Unidos de ir conquistando a los nuevos integrantes
de la Comunidad de Estados Independientes, para que también formasen parte del
bloque occidental y de la OTAN.
Pero, además, en Azerbaiyán, hay activos movimientos
separatistas, en favor de Rusia; y lo mismo sucede en Moldavia, en una región
que resulta de alto interés estratégico para el gran país euroasiático.
Todo lo anterior nos hace comprender que lo que ha
venido ocurriendo entre Rusia y Ucrania no constituye un episodio aislado, sino
más bien que forma parte de una política orientada, desde el punto de vista
defensivo, a la protección de fronteras; y desde el ángulo ofensivo, al
fortalecimiento territorial para futuros proyectos de expansión en lo que
Vladimir Putin ha definido como la Unión Económica de Eurasia.
Un juego de simbolos y gestos
Pero como parte del movimiento político táctico, al
tiempo que Washington y Bruselas discutían establecer sanciones sobre Rusia por
su anexión de Crimea y la continuidad de las hostilidades en el Este de
Ucrania, Moscú rápidamente negoció un acuerdo de suministro de energía con
China por valor de 400 mil millones de dólares en diez años.
Además de su valor comercial, ese acuerdo, por
supuesto, también constituía una señal de que Rusia no estaba aislada en el
ámbito internacional, y que, por el contrario, podía concertar acuerdos con el
otro gigante del poder mundial, que es China. Inmediatamente después, a
principios del mes de julio, el presidente Vladimir Putin emprende una gira por
América Latina, tradicionalmente considerada como esfera de influencia de los
Estados Unidos, y ese hecho, naturalmente, tiene que ser analizado como parte
de un juego simbólico de exhibición de poder.
Esa gira empezó por Cuba, la cual se encuentra a tan
sólo 145 kilómetros de los Estados Unidos, con lo cual se envía el mensaje
subliminal de que también Rusia está en capacidad geoestratégica de estar
presente en el área de influencia de los Estados Unidos.
De Cuba, Putin viajó a Argentina, la tercera economía
de la región latinoamericana, que actualmente libra dos batallas, una por el
reconocimiento de las islas Malvinas como parte de la soberanía del Estado
argentino, y otra, contra los llamados fondos buitres, que forman parte de la
mafia financiera internacional.
Finalmente, se trasladó a Brasil, el gigante de
América Latina, a participar en la cumbre de los países de economías
emergentes, integrados en el bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica), en la que se planteó, entre otras cosas, crear un nuevo banco de
desarrollo, el cual será una nueva alternativa al Banco Mundial y al Fondo
Monetario Internacional.
En síntesis, el viaje de Putin a América Latina,
constituyó una obra maestra en el juego de los símbolos del poder mundial. Su
significado subyacente consistió en que si la Unión Europea y los Estados
Unidos quieren incidir en su esfera de influencia en el caso de Ucrania, Rusia
está dispuesta a devolver la afrenta en el caso de América Latina.
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